Autor: Carlos Eduardo Mejía Sarmiento, Consultor de Seguridad
(Publicado en la Revista “Integración Empresarial” de Coremco DC, Bogotá, Edición Nro. 1 de Nov.-Dic. de 2004)
¿Han querido cobrarle gastos que nunca hizo? ¿Han aparecido cargos por llamadas telefónicas que nunca realizó? ¿Siente que lo espían o cree que sus datos podrían estar siendo “parasitados” o manipulados con mala intención por alguien? Estas son situaciones delicadas que nos aproximan a un delito silencioso y muy lucrativo que viene dándose en la sociedad tecnificada que rinde culto a la “conectividad”: el “robo de identidad”.
En los últimos cinco años la Comisión Federal de Comercio estadounidense ha documentado un promedio de medio millón de casos y con cada mes que transcurre la cifra crece en forma exponencial, pues si bien es cierto que las tecnologías en boga han diversificado los mecanismos para el acceso a bienes y servicios, mejorando la vida de las personas en casi todo el planeta, también han dado paso a un vasto y productivo campo que está colonizando la delincuencia organizada.
El “robo de identidad”, origen de una creciente preocupación de las autoridades y de las empresas que ofrecen servicios financieros, y que podría definirse como el acto criminal de asumir el nombre de otra persona, su fecha de nacimiento, su dirección, los números que identifican los servicios financieros que emplea, sus claves de acceso y todos sus demás datos útiles para cometer fraude es un delito en sí mismo, pero también una herramienta para cometer otros actos lesivos.
Según esta lógica, nadie se apropia de datos ajenos por el mero hecho de hacerlo sino para conseguir a través de engaños y artilugios un beneficio económico. Estamos por ende ante un delito de “cuello blanco”, de astucia y refinamiento, cometido por individuos con elevados conocimientos técnicos, acceso a medios tecnológicos avanzados y fuerte capacidad económica o infraestructura adecuada.
La víctima inocente de este imperdonable delito, que la sociedad no puede soslayar, se da cuenta de lo que le han hecho sólo cuando recibe las relaciones de gasto de sus tarjetas de crédito, sus cuentas corrientes o de servicio telefónico, etc..
Una de las razones para el incremento en el “robo de identidad” es que los consumidores normales se convierten en víctimas sin tener ningún contacto directo con los ladrones que obtienen sus datos personales. Los últimos quedan protegidos por un manto de anonimato absurdo.
Estos delincuentes siguen el patrón del personaje encarnado por Leonardo Di Caprio en la película “Agárrame Si Puedes”: sagacidad, inteligencia, capacidad para retener gran cantidad de datos, comportamiento afable, habilidad manual, buena presencia.
El “robo de identidad” es ejecutado por lo menos a través de cinco procedimientos:
Los antisociales se apoderan de las tarjetas de crédito previamente obtenidas por sus socios ladrones y “carteristas” callejeros, y utilizan la información contenida en las bandas magnéticas. También son de valor las cartas de “preaprobación” de las tarjetas de crédito emitidas por los bancos y que no son empleadas por los destinatarios. El “robo de identidad” a menudo es facilitado por la obtención en los basureros de documentos con información personal que no fueron convenientemente destruidos.
Los marginales vigilan a los usuarios de los cajeros automáticos desde algunos puntos en los que pueden determinar cuáles son los códigos de acceso a las cuentas y luego reproducen mediante lectores magnéticos la información de las bandas de las tarjetas.
En los restaurantes y otros establecimientos públicos en donde las tarjetas desaparecen momentáneamente de la vista del usuario, los antisociales o sus cómplices necesarios reproducen la información de las bandas magnéticas (“skimming”). Ésta es enviada a localidades lejanas con el fin de contar con más tiempo para hacer las transacciones fraudulentas.
Los especialistas en estos ilícitos usan sitios de Internet para obtener información personal mediante el ofrecimiento de servicios que requieren datos sobre las tarjetas de crédito y cuentas bancarias.
Es posible que los delincuentes tengan acceso a los bancos o bases de datos de las oficinas gubernamentales o de las grandes empresas vinculadas a menudo al sector financiero. También pueden obtener estos archivos a través de la colaboración de “hackers”, esos geniecillos de infausta estampa que desde la soledad de sus santuarios urden programas informáticos infecciosos o espías.
En conclusión, se recomienda un comportamiento cauto por parte de la ciudadanía en el manejo cotidiano de sus tarjetas de crédito y débito, y al momento de proporcionar datos personales en los almacenes de cadena, en los bancos y demás entidades financieras, en los sitios de Internet, en rifas y similares, etc., pues las gentes de bien podrían verse afectadas por el recaudo de información útil para cometer delitos con grave impacto sobre los recursos y calidad de vida de los consumidores.
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