El desarrollo científico y tecnológico nos ha llevado a una situación en extremo peligrosa.
No cabe duda de que en la actualidad una de las principales amenazas
para la salud es la electrocontaminación producida por la misma sociedad.
La contaminación electromagnética no ionizante de origen tecnológico es
especialmente perniciosa porque escapa a la percepción de los sentidos y esta circunstancia fomenta una actitud inconsciente en lo que tiene
que ver con la protección personal.
Con todo, la naturaleza de la contaminación es tal que no
hay lugar en dónde esconderse. Además, dado el tiempo escaso
durante el cual nos hemos expuesto a ella no tenemos ninguna inmunidad
evolutiva ni contra los efectos nocivos que en forma directa pudiera tener sobre
nuestros cuerpos, ni contra las posibles interferencias en los procesos
electromagnéticos naturales de los que depende la homeostasis o conjunto de fenómenos de autorregulación conducentes al mantenimiento de
una relativa constancia en la composición y las propiedades del medio interno
de un organismo.
Es un hecho que las radiaciones electromagnéticas están relacionadas con
el cáncer, las patologías del sistema nervioso, del hígado y de las glándulas
de secreción interna, las muertes súbitas de los lactantes y el aborto.
La preocupación de la gente no es infundada y la ironía de la situación
actual respecto a las antenas o estaciones base y los teléfonos celulares o móviles es que las
directrices de seguridad existentes proporcionan mayor
protección a la instrumentación electrónica que a los humanos, una paradoja que patentiza cómo las cosas valen hoy más que las personas.
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