La conversión de las unidades de vivienda tradicionales (casas o apartamentos) en suites que se rentan por períodos variables de tiempo a desconocidos, generalmente viajeros internacionales, plantea riesgos importantes para los vecinos de un determinado entorno habitacional.
En la mayoría de casos las transacciones de estos negocios se desarrollan online a través de plataformas alojadas en la red como Airbnb. En ellas basta con crear una cuenta gratuita para reservar alojamientos o para ofrecerlos.
Estos sistemas se basan en la presentación global y sin cortapisas de productos y servicios y explicitan en la forma más pura y dura la libertad de competencia, pero es un hecho que están dañando la hotelería tradicional especializada así como Uber lesiona a los taxistas en nuestro país y en el resto del mundo.
En estas plataformas no hay limitaciones de ninguna índole y todo gira alrededor de la supuesta confianza que genera el contacto libre entre oferentes y consumidores y en un sistema de calificaciones de calidad que dan los usuarios y que fortalece la credibilidad o reputación de los pequeños empresarios. Son los mismos presupuestos de Mercado Libre y de Uber pero llevados al mundo del turismo o de la hotelería.
Sin embargo, hemos visto ya cómo estas modalidades en apariencia tan seductoras se prestan para engaños, intrusiones y robos y cómo se enrarece con situaciones de escándalo el ambiente de las copropiedades antes dedicadas sólo a la vivienda de propietarios y arrendatarios, generalmente familias de costumbres sanas.
Nuestra conclusión es que no se deben favorecer estas prácticas y menos aún comprometer a los vigilantes en la entrega de los inmuebles (o de sus llaves e implementos), en el cuidado especial de aquéllos o en el cuidado específico de los huéspedes.